Ciudad Caracas.- El ajo, una de las hortalizas más usadas al momento de cocinar por los venezolanos, es uno de los alimentos más costosos en el mercado. Actualmente el kilo oscila entre cuatro y ocho mil bolívares, dependiendo del tipo que sea, criollo o importado.
Su elevado costo se debe a lo delicado del cultivo de este rubro, y la inversión que se debe hacer para evitar que le caigan hongos.
En efecto, a estas plantas se les aplican agroquímicos sintéticos para la prevención de las enfermedades como el Sclerotium cepivorum (hongo) y el nemátodo Dithylenchus dipsaci, lo cual también puede afectar la salud del campesino.
En este sentido Marino Méndez, productor de El Junquito, comentó que los fungicidas para esta planta son escasos y muy costosos, aparte de eso hay que inyectárselos a cada cultivo.
“Todo este proceso lleva un gran trabajo, lo que hace que el precio sea el más alto de las hortalizas. Siempre ha sido así (…). En el país son pocas las personas que se dedican a cultivarlo, también por el costo que genera”, refirió.
El productor afirma aunque se ha mantenido la demanda, la oferta ha bajado.
Por otra parte, Méndez indicó que normalmente se cultiva más el ajo blanco o chino, debido a que tiende a durar más que el ajo rojizo.
Sobre el cultivo explicó que se siembra en zonas de baja temperatura y en buenas tierras.
“Esta es una planta que requiere hasta 70% más de cuidado que otras”, dijo.
Agregó que el ajo también ha sido objeto de contrabando, por lo que su traslado requiere cierta seguridad.
SUPERFICIE Y PRODUCCIÓN
De acuerdo con la Memoria y Cuenta del Ministerio de Agricultura y Tierra, en el año 2014 se produjeron 12 mil 608 toneladas de ajo en todo el país en mil 394 hectáreas.
Este rubro, familia de la cebolla, el cebollín y el ajoporro, es una planta de bulbo que requiere ciertas condiciones relacionadas con las horas-luz y temperatura ambiente, por lo cual sus mayores zonas de siembra están ubicadas sobre los mil 200 metros sobre el nivel del mar, asegurando una temperatura fresca durante ciertas épocas del año propicias para su cultivo.
En este sentido, en el país esta hortaliza es cultivada principalmente en aquellos lugares donde las temperaturas ambientales son frescas, como es el caso de Los Andes y zonas altas como Caripe en el estado Monagas, Carayaca en el estado Vargas, Cubiro y Sanare en Lara y la Colonia Tovar en Aragua.
Solo en la región andina, especialmente en el estado Mérida, se concentra más de 90% de la producción del país.
Según el último censo agrícola realizado en 2007, en Mérida solo 511 productores se dedicaban al cultivo del ajo.
No obstante, en el Registro Único Nacional Obligatorio de Productores y Productoras Agrícolas referente a junio de 2016, casi 700 campesinos están inscritos para su siembra.
DESTINADA AL CONSUMO FRESCO
El uso del ajo es generalmente para el condimento en las comidas, aunque muchos estudios han demostrado una serie de propiedades beneficiosas para la salud relacionadas con la circulación y producción de sustancias antisépticas para aplicar en el cuerpo humano.
Por su versatilidad, la producción nacional está destinada en su mayor parte al consumo fresco a través de la distribución en los mercados del país y diferentes puntos de ventas de hortalizas. Mientras un pequeño porcentaje es usado para el procesamiento de manera artesanal o industrial en la fabricación de esencias y otros derivados e insumos de la industria nacional de salsas.
El consumo del ajo también puede ser directamente de los bulbos semisecos o secos, en forma de ajo deshidratado, en la medicina naturista, consumo verde o ajetes y otros usos como encurtidos, ornamentales, entre otros.
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La siembra
El ajo se siembra en surcos y no existe semilla como tal sino que se da a través del diente (criollo o blanco). En Los Andes hay dos formas: en zonas con pendientes donde se hacen melgas (parcelas para la siembra) de uno a dos metros de ancho en el sentido de la pendiente (las separaciones entre melgas son de 15 a 20 centímetros), hechas con piedras donde se disponen las hileras de ajo.
La otra se da en zonas más planas, allí se siembran lotes completos y las hileras se disponen en curvas de nivel.
La cosecha se hace manualmente, donde el material se extiende en el campo durante cuatro días, tratando de que el follaje de una hilera cubra los bulbos en el surco vecino para protegerlos de la acción directa del sol.
Este producto no requiere de riegos constantes. Las lluvias afectan negativamente los sembradíos.
“La ventaja de sembrar en Los Andes es que hay manantiales que pueden garantizar un sistema de riego regulado”, comentó Marino Méndez, productor de El Junquito.
KARLHA VELÁSQUEZ RIVAS / CIUDAD CCS