Roberto Malaver.- Después de la última entrevista que tuve con el Buen Corrupto, he seguido recibiendo llamadas de gente que se quiere hacer un lavado ante el país. Uno de ellos es un empresario de maletín, quien me dijo que quería hablar conmigo “para aclarar ciertas cosas que se dicen por ahí sin tener argumentos”. Me dijo que era cierto que era uno de los que había solicitado una cantidad de dólares y se los habían dado, y que con esos dólares se había enriquecido –por lo menos es sincero-, pero eso sí, pensando siempre en el país.
En un lugar de Caracas, desde donde se puede observar cuando los vehículos censados o no, llegan hasta la parada y dejan allí a la gente, me senté en un cafetín a esperar el empresario de maletín, y al momento lo vi llegar en un Mercedes Benz que se detuvo, el chofer se bajó, abrió la puerta de atrás y allá viene el próspero empresario de maletín. Elegante. Con un traje Ermenegildo Zegna, y acomodándose las yuntas de oro, se acercó hasta el lugar donde me encontraba. Nos saludamos. Y el hombre dijo: “Vine a contarte mi historia”.
El mesonero nos trajo un café. Y vi que en el reloj Vacheron Constantin del empresario, eran las 10 y 30 a. m. y dijo: “Tengo amigos que comenzaron a montar empresas de maletín, y tenían los contactos para solicitar dólares, y yo me metí en ese negocio, porque daba para todos. Un soborno por aquí otro por allá y al poco tiempo tenía los dólares. No te digo la cantidad que me dieron para que no te desmayes, porque ustedes los marginales no conocen esas cantidades. Pero te digo que en este país se aprende más fácil a robar que a trabajar. Y lo bueno es que siempre se necesitan dos. Como en el tengo. Así que a la hora de una denuncia lo piensan muy bien. Te digo esto porque quiero dejar claro que fui incentivado, o mejor dicho, inducido a hacerlo, y ahora me va muy bien. Yo estuve donde había, y aproveché”.
“Eso sí, -siguió diciendo- mis negocios están aquí. Porque creo en el país. Y confío en que si todos los empresarios de maletín invierten en el país, saldremos adelante”. Repicó su celular y dijo: “Claro, sí, ese negocio no se puede perder. Y ¿cuánto es la comisión?”. Se despidió. Y dejó para pagar el café. Y yo quedé contentísimo, porque ahora estoy entendiendo a esa pobre gente.