
De todos modos, el relato se impone
descartando toda verdad que lo contradiga. “No publiques nada que
beneficie a la tiranía” -decía un tuit de Mari Montes, periodista
opositora, a propósito del revelador video, publicado por un reportero
también opositor, que derrumbaba la tesis del asesinato Juan Carlos
Pernalete, por un impacto de bomba lacrimógena.
No más deslices: editado, con un salto
tremendo en la secuencia, presentaron los constructores del relato el
vídeo otro asesinato, el del joven Cañizales, instalando una historia
que contradice a la autopsia; pero no importa la verdad, no importa la
justicia, lo que importa es sacarle el jugo a la muerte.
También con el asesinato de Miguel
Castillo esta semana, las evidencias contradicen al relato y el
“periodismo” hace maromas. Darvinson Rojas publicó cuatro honestos tuits
sobre la investigación. Lo mató una metra de metal, disparada a menos
de 10 metros, por un arma de fabricación artesanal, decía en tres tuits,
y en otro, hablaba sobre el video que muestra cómo alguien le quita a
Castillo, herido de muerte, la cámara Go Pro que llevaba y que pudo
haber grabado a su asesino. Ese tuit, al rato, lo borró.
Sin liderazgo que la contenga, la
violencia se desborda, incluso contra los periodistas que la maquillaron
de “resistencia pacífica”. “Un equipo de Globovisión fue rociado con
gasolina en Chacao”, denunciaban periodistas de oposición, pidiendo
cordura y respeto. Entonces sus lectores les dejaron bien claro que no
hay cordura ni respeto para quienes se atrevan a contradecir el relato
que ellos mismos ayudaron a construir.